¿Quiénes son los “zurdos”? – Tres fundamentos de la izquierda política

Dentro de la realidad marcada por las redes sociales y las burbujas informáticas, donde los memes se convierten en principales argumentos del debate político y los estereotipos se imponen por encima de las reflexiones críticas, no es de extrañar que los epítetos “zurdo”, “izquierdoso” y “bolchevique” es lo único que la gente sabe decir a los simpatizantes de la izquierda, mientras Cuba, Venezuela y los países satélites de la ex-Unión Soviética de la guerra fría, devienen como únicos modelos socialistas de los que son capaces de pensar. Por eso, en este artículo me propongo a discutir las bases programáticas de la Izquierda en el sentido más amplio: describiendo aquellos elementos y valores que podemos encontrar en sus diferentes expresiones.


Un buen punto de partida para comprender la base ideológica de la izquierda puede consistir en el hecho de centrarse en la idea de la solidaridad, aunque esto necesita de ciertas matices, porque si la izquierda solamente se limitara a ponerse del lado de los débiles, sería una especie de movimiento altruista. Pero para convertirse en una fuerza política, se necesita algo más: una visión o idea de lo que debe ser una buena sociedad. Esto, a su vez, debe precisarse a través de los valores en los que esta sociedad se sustentaría.

No existe una respuesta única a la pregunta de cómo la izquierda imagina una buena sociedad, porque tampoco hay una sola ideología de izquierda. Las opiniones sobre este tema están divididas y dependen en cierta medida del contexto histórico o cultural. Sin embargo, podemos señalar algunos temas recurrentes. Algunos politólogos o sociólogos identifican tres pares de valores clave para la izquierda política y constituyen un buen punto de partida para comprender qué tipo de sociedad quieren construir los movimientos de izquierda. Voy a tratar de describirlos a continuación. 

Justicia e igualdad

Hasta cierto punto hoy en día la idea de la igualdad es aceptada por una gran mayoría de las principales fuerzas políticas: no solo la izquierda, sino también la derecha y los liberales lo hacen. Existe un consenso bastante amplio de que las personas deben ser iguales ante la ley. No importa dónde naciste, de qué color sos, cuál es tu orientación sexual o tu religión, la ley debería ser la misma para todos. La gente también está generalmente de acuerdo en que necesitamos igualdad de oportunidades. Es decir, una sociedad ideal es aquella en la que todos tienen un comienzo similar. Las diferencias de opinión surgen cuando comenzamos a discutir cómo esta clase de igualdad y cómo especificarla. Por ejemplo, la izquierda moderna y los liberales tienden a argumentar que negar el matrimonio entre personas del mismo sexo es una violación del principio de igualdad de derechos; los conservadores a menudo, pero no siempre, no están de acuerdo en este punto.

Sin embargo, la mera adhesión al principio de «igualdad de oportunidades» contiene un potencial subversivo, incluso hoy. Por ejemplo, sabemos que los niños de hogares más ricos tienen un mejor comienzo en la vida que los niños de hogares más pobres. Pueden aprovechar las clases privadas y, a menudo, también las escuelas privadas que significa una mejor infraestructura y mejores especialistas. También tienen mejores condiciones de aprendizaje en casa. Algunos niños en Paraguay todavía no tienen acceso ni siquiera a un escritorio donde puedan hacer sus deberes, sin mencionar a otros que están desnutridos o no tienen tiempo para hacer su tarea porque tienen que ayudar a sus padres en el trabajo. Se ha demostrado que estas desigualdades van más allá de esto: Incluso si una persona de un hogar pobre supera las dificultades iniciales y se gradúa de las mismas universidades prestigiosas que una persona de un hogar más rico, a menudo le va peor en el mercado laboral. ¿Por qué? Porque un hijo de padres ricos, además de un diploma de una universidad prestigiosa también puede beneficiarse de las conexiones familiares y obtendrá un puesto bien remunerado más rápido.

Si realmente quisiéramos darles a los niños un comienzo igualitario, tendríamos que enfrentar estas desigualdades. Los izquierdistas a menudo argumentan que la derecha y los liberales limitan su preocupación por la igualdad de oportunidades a mera no discriminación legal, olvidando factores como la desigualdad basada en los recursos materiales y la igualdad de acceso: tratar de reconocer que las personas deberían poder disfrutar de la misma buena educación, atención médica, protección legal, etc. La lista exacta de estos bienes que deberían ser disponibles está en debate, pero la educación, la salud, la comida y un techo son los elementos menos controvertidos. 

Por otro lado, también se enfatiza la dimensión intangible de este principio: las personas deben poder desarrollar sus vidas libres de los estigmas relacionados con la raza, el género o la orientación sexual. Si el desarrollo de alguien se ve obstaculizado por ser mujer, mulato o gay, esa persona no tiene igualdad de oportunidades.

La izquierda también pone énfasis en que todos deben estar provistos de aquellos bienes básicos a lo largo de la vida. Cualquiera puede romperse una pierna, y esto no significa que deba quedarse solo sin acceso a alimentación o atención médica. Si las personas vivieran bajo el estrés constante de que un error podría llevarlos al fondo, las posibilidades de construir una sociedad que funcione serían escasas, de ahí la necesidad de la seguridad social. 

Algunos economistas relacionados con la izquierda creen que un acceso garantizado a los bienes básicos y la seguridad social, favorece el espíritu empresarial, algo muy apreciado por los liberales. Estos representantes de la economía del comportamiento, como se la conoce, intentan combinar la economía con la psicología y se oponen a la versión simplificada e hiperracional del ser humano que a menudo se encuentra en los modelos económicos estándar. Las personas reales no se comportan como el homo oeconomicus, no se guían únicamente por el frío cálculo para maximizar sus beneficios, tratan de convencer. Por ejemplo, muchos tienen más miedo a las pérdidas potenciales que el entusiasmo por las potenciales ganancias, razón por la cual las personas necesitan algunas salvaguardas básicas contra las posibles fallas. Como sugieren estos economistas, quizás la forma de promover el espíritu empresarial no sean las desgravaciones fiscales para las empresas (recompensas adicionales por un posible éxito), sino simplemente una mayor seguridad social (reduciendo el drama de un posible fracaso). En otras palabras, contrariamente al lema: «Basta con que el estado no interfiera», ellos suponen que el estado debe ayudar.

Democracia y Libertad

Combinamos aquí la democracia y la libertad porque se las ve como dos formas de expresar una misma idea: la autodeterminación: En una sociedad totalmente democrática, todas las personas tendrían el mismo acceso a los recursos necesarios para participar de manera significativa en las decisiones sobre asuntos que afectan sus vidas.

Puesto que nuestras decisiones no nos afectan solamente a nosotros mismos sino que tienen un impacto en otras personas, la autodeterminación se manifiesta no sólo en la libertad personal de cada uno sino en forma de democracia. Piense en cuestiones de seguridad sanitaria como el uso de mascarillas durante una pandemia. Si fuera solo mi caso, entonces lo consideraríamos a través del prisma de la libertad personal. Puedo decidir por mí mismo, así que puedo decidir usar una máscara o no. Pero si no usar una máscara aumenta el riesgo de infectar a otros, entonces tenemos una situación en la que mis acciones afectan al resto de la sociedad. Entonces hay un argumento válido de que todos deben respetar la decisión tomada durante el proceso democrático. 

Otro tema gira en torno de cómo debería ser un proceso democrático de este tipo. Una parte de la izquierda está contenta con la democracia representativa: votamos a los políticos en las elecciones generales y les encomendamos que representen nuestros intereses. Algunos, sin embargo, preferirían una forma de democracia que involucre a los ciudadanos en mayor medida en el proceso de toma de decisiones. El proceso democrático en general en una sociedad democrática consiste en que las personas deberían poder participar en discusiones sobre temas que les afectan directamente y tomar decisiones sobre asuntos que impactan sus vidas. Así formulado este principio democrático permite evaluar ciertas situaciones concretas como compatibles o incompatibles con la idea de la democracia.

Por ejemplo, imagine que las autoridades permiten que una empresa arroje desechos tóxicos a un río. Si esto ocurre sin tener en cuenta la opinión de los vecinos que lo utilizan, no se trata de un procedimiento plenamente democrático. Incluso si el gobierno y las autoridades de la ciudad fueran elegidos en elecciones democráticas, con una decisión de consecuencias tan serias, deberían tener en cuenta la opinión de los propios residentes. Incluso las personas conformes con la democracia representativa tienden a creer que en esto se trata de algo más que votar cada tantos años y dar carta blanca a los que están en el poder. Lo mínimo es la transparencia de las decisiones: informar a las personas sobre lo que las autoridades van a hacer y por qué, para que tengan al menos la oportunidad de objetar cuando no están de acuerdo con algo.

Algunos militantes de la izquierda agregarían que cuando se habla de democracia, también se deben tener en cuenta otros seres que habitan nuestro mundo: tienen en cuenta en la política los intereses de los animales, las plantas o los ecosistemas enteros. A primera vista, esto puede parecer absurdo, sin embargo, hasta cierto punto ya está sucediendo: hemos estado introduciendo leyes que protegen a los animales y hay personas que dicen abiertamente que quieren representar sus intereses, ingresando a los parlamentos de varios países u organizaciones como la Unión Europea. No termina ahí. En 2017, el gobierno de Nueva Zelanda otorgó personalidad jurídica al río Whanganui. Nuevamente, esto parece extraño hasta que nos damos cuenta de que las corporaciones también son entidades legales. Entonces, ¿por qué no los ríos? Es lógico argumentar para la Izquierda que las personas que representan los intereses del mundo natural no son más extrañas que los presidentes o primeros ministros que afirman representar la voluntad de millones de ciudadanos de su país.

Estos pocos ejemplos son suficientes para darse cuenta de cuán complicados son los temas que tocamos. Es comúnmente admitido que separar las decisiones que nos afectan solo a nosotros (la autodeterminación como libertad personal) de las decisiones que afectan a otros (la autodeterminación como democracia) puede ser difícil. En cierto sentido, cada elección individual puede tener consecuencias que afecten al resto de la sociedad. Entonces necesitamos una discusión sobre algún tipo de demarcación entre las esferas pública y privada. Lo mismo ocurre con el procedimiento democrático y la cuestión de quién debe participar y cuándo. No existe una solución única para todos estos dilemas. Sin embargo, la dirección general del pensamiento de la izquierda es exactamente este: hacia la autodeterminación, tanto personal como social.

Comunidad – Solidaridad

La idea de solidaridad, con frecuencia sostenida por los hombres de izquierda, está íntimamente relacionada con la comunidad: Las personas deben cooperar entre sí no solo por el beneficio personal, sino también por el cuidado del bienestar de los demás, se cree que hay un sentido de obligación moral de que esto debe hacerse.

Por eso la izquierda mira con simpatía diversas formas de participación colectiva, como los sindicatos y las cooperativas: primero, por razones pragmáticas, es más fácil ganar algo en grupo que solo pero, en segundo lugar y por razones morales, de esta manera no solo nos ayudamos a nosotros mismos, sino también a otros miembros de nuestra comunidad.

Los opositores de la izquierda a menudo formulan una acusación en su contra de que el valor de la comunidad y la solidaridad es extremadamente ingenuo e incluso peligroso. Ingenuo, porque se opone a las leyes de la naturaleza, donde rige el egoísmo y el principio de «supervivencia del más fuerte». Peligroso, porque puede convertirse en la base para violar el principio de libre mercado y de que cuidar el propio interés es la fuerza motriz del progreso. “No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”: A los entusiastas del libre mercado les gusta citar este pasaje del libro de Adam Smith.

Pero la izquierda contrarresta estos argumentos y lo hace de de varias maneras. En primer lugar, señala que las cosas son mucho más complejas, incluso en el libro del propio Smith. Si leemos más de su trabajo que solo esta cita, comprenderemos rápidamente que también el autor enfatizó la importancia de los valores comunitarios. Escribió que todos tenemos el potencial de «simpatizar» con otras personas, y por simpatía se refería a un tipo de compasión. Es gracias a ella, según Smith, que las sociedades no se desmoronan.

Hoy es fácil extender las observaciones del filósofo escocés. Los estudios tanto del mundo animal como de la historia humana muestran que el egoísmo no es la única ni la más importante fuerza de la naturaleza o la sociedad. La biología nos muestra que muchos animales sobreviven no eliminando a otros y apropiándose de todos los recursos, sino cooperando y compartiendo. Esto ciertamente se aplica a los animales que cazan en grupos, como los lobos o las orcas, pero también a nuestros parientes más cercanos que son los primates (podemos ver más en lo que escribe el primatólogo Frans de Waal). Las personas son un ejemplo perfecto para probar esta tesis. La historia de nuestro progreso podría describirse como la invención de formas cada vez más complejas de cooperación, así como una preocupación cada vez mayor por el bienestar general. 

Hay muchos ejemplos de historias tanto aterradoras como divertidas que muestran lo que sucede cuando alguien se toma demasiado en serio el principio del egoísmo y la competencia despiadada. Uno de ellos se refiere a la cadena minorista Sears. Eddie Lampert, presidente de la empresa, decidió poner en práctica la idea de la competencia total. Dividió la empresa en varias docenas de sucursales, cada una con un consejo de administración y liquidación financiera separados. Se suponía que debían competir entre sí, no cooperar. Lampert sintió que esto mejoraría su desempeño. Resultó diferente: Los gerentes comenzaron a socavar a otros departamentos porque sabían que sus bonos estaban vinculados al desempeño de las unidades individuales. Comenzaron a concentrarse únicamente en el desempeño económico de su unidad a expensas de toda la marca Sears. Una de las divisiones, Kenmore, vendía productos tercerizados y los colocaba de manera más prominente que los propios productos de Sears. Las sucursales compitieron por el espacio publicitario y el experimento resultó un fracaso.

Puede haber disputas sobre cómo implementar las ideas de solidaridad y comunidad en la práctica. Sin embargo, su completo rechazo a favor del egoísmo o la competencia desinhibida no es una expresión de razón, sino de ingenuidad y despreocupación. 

Cada uno de los valores discutidos en este artículo, si lo tomamos por separado, se puede encontrar en otras formaciones políticas e ideológicas. Por ejemplo, los liberales suelen defender la libertad y los conservadores la comunidad, pero sostenidos estos valores en conjunto, es característico de la visión izquierdista de la realidad. Y gracias a esto es más fácil reconocer si una determinada visión, movimiento o partido encaja o no en el enfoque de izquierda del mundo. 

Y para terminar surge la pregunta ¿Es realmente posible implementar completamente estos valores en la práctica? ¿No estamos hablando de algo utópico? Si tuviéramos expectativas tan altas y consideraríamos de izquierda solamente aquellos movimientos que lo han puesto en práctica, tendríamos que admitir que casi ningún movimiento en la historia del mundo ha sido de izquierda, porque pocos son capaces de cumplir con un criterio tan restrictivo. Sin embargo, cuando lo tratamos como una especie de señal ideológica, se convertirá tanto en una inspiración, un estímulo para seguir luchando y una herramienta útil para comprender qué es la izquierda, por qué quiere luchar y qué quiere. 

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