
La opinión, según la cual utilizamos solamente el 10 % de nuestro cerebro es tan arraigada que, a pesar los desmentidos que frecuentemente se publican, reaparece con asombrosa vitalidad: aparentemente la gente quisiera que esto fuera verdad, pues hasta las personas con estudios superiores universitarios creen que esto es cierto. Por ejemplo, un estudio realizado en Brasil entre los universitarios, a la pregunta: “Según tu opinión, ¿qué porcentaje del potencial del cerebro es aprovechado por el ser humano?”, el 50 % de los respondientes respondió “diez”.
No ha de sorprender que la persistencia de este mito es tanta si tomamos en cuenta los réditos que muchos charlatanes y personas inescrupulosas reciben de esta creencia: si es que realmente usamos solamente tan pequeña parte de nuestro cerebro, pues acaso ¿no haríamos cualquier cosa, realizaríamos el mejor esfuerzo y sacrificio con tan sólo aumentar este potencial si alguien nos muestra cómo hacerlo? Ahí entonces aparecen los “expertos”, ofreciendo una amplia gama de productos –técnicas de meditación, píldoras, libros, etc.- que, según ellos, nos ayudarán a activar estas potencialidades dormidas que reanudarán en avances y promociones en nuestra vida laboral, mejores notas en el colegio o la universidad, relaciones más satisfactorias de pareja y hasta podremos escribir un exitoso libro: pues ya no habrá límites para nosotros con el 100 % de nuestro cerebro funcionando. Es más, al liberar este 90 % del potencial dormido de nuestro cerebro, aseguran muchos, obtendremos poderes mentales maravillosos que, por ejemplo, nos permitirán levitar, trasladar nuestro cuerpo astral a otros mundos, comunicarnos telepáticamente con otros y una larga serie larga de maravillas semejantes.
Nos queda entonces una, desilusionante tal vez para muchos, tarea de explicar por qué debemos rechazar esta creencia, según la cual las personas habitualmente solamente aprovechan esa pequeña parte de su cerebro. Los argumentos son muchos, y a continuación presentaré algunos.
Argumento 1: El alto costo del tejido cerebral
Nuestro cerebro constituye solamente un 2 a 3 % de nuestra masa corporal y sin embargo consume el 20 % del oxígeno que absorbemos. Resulta entonces muy poco probable que el proceso de la evolución produjera un órgano tan costoso y que aproveche apenas el 10 % de su capacidad. Es más, un cerebro que funciona con toda su capacidad es crucial desde el punto de vista del éxito reproductor y la supervivencia de la especie, que son dos aspectos cruciales en el proceso de la selección natural. Desde este punto de vista, resulta increíble que aquellos individuos que han logrado a activar, aunque sea mínimamente, algunas partes de aquel 90 % restante, no hayan adquirido ventajas evolutivas.
Argumento 2: Los resultados de investigaciones de la neuropsicología y neurociencia clínica
Los daños cerebrales que afectan a las personas en grado mucho menor que el 90 % del cerebro, tienen consecuencias severas y dramáticas. Las historias clínicas describen casos de lesiones severas que ocurren, por ejemplo por falta de oxigenación del cerebro y que dañan la zona del telencéfalo que es la parte del cerebro responsable de la conciencia, en los que pacientes presentan pérdida de capacidad de pensar, percibir, recordar o experimentar emociones de una manera permanente e irreversible. Los estudios muestran que cualquier daño cerebral, por más pequeño que sea y en cualquier zona, produce una gran desventaja en el funcionamiento humano.
Por otro lado, los experimentos de estimulación eléctrica de diferentes zonas cerebrales no llevaron al descubrimiento de regiones, cuya estimulación no fuera percibida por el sujeto. En el siglo XX se han creado herramientas muy avanzadas que permiten estudiar las funciones cerebrales y, en muchos casos, identificar las zonas responsables de las funciones psicológicas concretas: aun así no se han descubierto zonas “desactivadas” algunas.
Finalmente, en neurociencia existe una regla bien documentada, según la cual las regiones del cerebro no utilizadas debido a alguna enfermedad o daño, degeneran o son anexadas por otras regiones. De modo que es improbable que exista por largo tiempo el tejido cerebral no utilizado.
Argumento 3: Mala interpretación de las investigaciones previas
Uno de los pioneros de la psicología moderna fue William James, pensador estadounidense del fin del siglo XIX y comienzos del XX. Fue él precisamente que reflexionaba sobre la hiótesis, según la cual el ser humano promedio aprovechaba apenas un 10 % de su “potencial intelectual”. Sin embargo, este psicólogo nunca vinculó este postulado con algún órgano concreto como el cerebro. Pero sin embargo, muchos de los propulsores de la idea de la “mente positiva”, la autoayuda y otras “brillantes” ideas del psico-negocio, declararon aquel “10 % del potencial intelectual” equivale al “10 % del cerebro”, atribuyendo falsamente esta idea al famoso psicólogo estadounidense.
Por otro lado, los primeros científicos que se dedicaron a investigar el cerebro humano llamaron algunas zonas del cerebro, cuyas funciones no han podido detectar, como “silenciosas”, lo cual pudo haber sido interpretado que las mismas carecen de función alguna o son inactivas. Hoy en día, los científicos llaman estas zonas “asociativas”, al descubrir que las mismas cumplen un papel clave en las funciones lingüísticas, en el pensamiento abstracto y en el complejo proceso psicomotriz.
Finalmente, existe una especie del “mito dentro del mito”, según el cual fue el mismo Albert Einstein quien en una oportunidad habrá explicado su genialidad con la “teoría del 10 %”: no obstante, aunque yo mismo, al igual que muchos investigadores hemos buscado detenidamente estas expresiones supuestamente emitidas por el padre de la teoría de la relatividad, aún no hemos podido constatar tal afirmación.
Concluyendo: el mito, según el cual el cerebro humano aprovecha sólo el 10 % de su potencial se ha convertido en una fuente de la creatividad y efectividad en muchas personas que creen en él, algo que desde luego no tiene nada de malo. Aceptar la veracidad de este mito puede generar un confort psicológico e incentivar la realización de esfuerzos para mejorar nuestras capacidades con la esperanza de que los mismos surtan algún efecto positivo: todo esto podría explicar la espectacular vitalidad del que goza nuestro mito. Sin embargo, como lo dijo hace mucho tiempo atrás el gran divulgador de la ciencia Carl Sagan: “Cuando algo te parece demasiado lindo para ser cierto, lo más probable es que no es”.